¿Quién quiere ampliar la guerra en Oriente Medio (y por qué)?

En este artículo Enrico Tomaselli explica cómo Israel está intentando ampliar peligrosamente el conflicto de Oriente Medio ante los problemas que está teniendo con la masacre de Gaza y el rechazo unánime a la limpieza étnica de los palestinos

Ilustración: Alejandra Svriz, España.

A lo largo de la primera fase del renovado conflicto palestino, que comenzó con el atentado de la Resistencia del 7 de octubre, la prensa israelí ha insistido en el peligro que representa Hezbolá; después de todo, cuando Israel intentó invadir (de nuevo) Líbano en 2006, recibió una paliza de la milicia chiíta, que entonces era mucho menos poderosa.

No es casualidad que más de 230.000 israelíes hayan sido desplazados del norte del país, precisamente por temor a ataques desde Líbano, y que las FDI mantengan allí la mayor parte de sus sistemas antimisiles Cúpula de Hierro.

El violinista rubio poniéndole música a la masacre. Una imagen que ilustra el suicidio moral de la prensa sionista.

 

El gobierno israelí es muy consciente de que una confrontación con Hezbolá es potencialmente devastadora, entre otras cosas porque movilizaría inmediatamente, en un grado mucho mayor que el actual, a todas las formaciones del Eje de la Resistencia; no sólo en Líbano, sino también en Irak, Yemen y Siria.

Ya ahora, se cree que hay varios miles de combatientes iraquíes en el país de los cedros. Y, evidentemente, el apoyo estadounidense -que sin duda no faltaría- no podría ir mucho más allá del apoyo aeronaval: los pocos miles de soldados estadounidenses en la zona están casi en todas partes rodeados de fuerzas hostiles.

En el fondo, por tanto, por mucho que les gustaría, Tel Aviv es muy consciente de que una guerra con Hezbolá tendría un coste muy elevado; pero aparte del deseo de eliminar lo que consideran una espina clavada, la mayor ambición es poder golpear a Irán, al menos de forma que se posponga lo más posible la posibilidad de construir un artefacto nuclear, y llevar a cabo un primer ataque contra Israel.

Pero Irán tampoco es lo que era hace unos años, y un conflicto con Teherán tendría enormes costes para Israel. A menos, claro está, que EEUU se vea arrastrado a ello también. O, mejor dicho, el cálculo israelí es que seguiría sufriendo grandes daños, pero gracias a la intervención estadounidense, piensa, el potencial bélico de Irán (nuclear y de otro tipo) quedaría aniquilado, por lo que la partida valdría la pena.

La cuestión es que Washington no está en absoluto a favor de implicarse ahora en un conflicto de este tipo. En primer lugar, porque paralizaría las rutas comerciales y haría que el precio del petróleo se disparara: Bab el Mandeeb y Ormuz quedarían inmediatamente totalmente cerradas al tráfico marítimo.

Después, porque siguen intentando encontrar una salida al atolladero ucraniano, e Israel depende al 100% de los suministros estadounidenses. Por no hablar de que EEUU tiene muchas bases militares en esa zona, que se convertirían en otros tantos objetivos en poco tiempo. Y no por los cohetes con los que las milicias iraquíes les atizan, sino con hipersónicos iraníes. Y no sólo las bases de Irak y Siria, sino las estratégicas de Yibuti y Qatar. EEUU quiere destruir el régimen de los ayatolás al menos tanto como los israelíes, pero no ahora.

El problema es que Israel se encuentra en un callejón sin salida. La campaña genocida en la Franja de Gaza ha fracasado claramente en su objetivo de provocar un éxodo de palestinos a Egipto o a otros lugares, no sólo porque no se van, sino también porque el proyecto de una nueva Nakba parece inaceptable incluso para los mejores amigos de Israel.

La guerra contra la Resistencia es, pues, un fracaso total. Casi tres meses después del 7 de octubre, las FDI no han conseguido ni hacerse con el control de la Franja, ni destruir la red de infraestructuras de Hamás y otros grupos armados, ni siquiera liberar a un solo prisionero. Al contrario, las pérdidas, por mucho que intenten ocultarlas, son muy elevadas, tanto en hombres como en medios. En los tres primeros días del año, las IDF admitieron la pérdida de más de 70 soldados y oficiales. Un desastre, preludio de una derrota manifiesta.

Resistencia

De ahí la urgencia de cambiar no sólo el enfoque, sino todo el eje del conflicto. Toda la banda de fanáticos extremistas que gobierna el país sabe que sus días están contados, y que el fin de la guerra significa también su fin político; tanto más si acabara en derrota. Una conmoción para todo Israel, que pasaría inicialmente factura a los dirigentes políticos y militares.

Así, mientras Estados Unidos retira la escuadra naval dirigida por el portaaviones G. Ford, y tartamudea a las puertas del Mar Rojo con la infructuosa «misión naval internacional», se llevan a cabo en muy poco tiempo tres ataques muy selectivos (también y sobre todo en sentido político): un ataque aéreo en Siria que mata a un alto general de los Guardianes de la Revolución iraníes, luego el asesinato del número dos de Hamás en Beirut, en el corazón de un distrito controlado por Hizbulá, y finalmente el devastador atentado terrorista en Irán (más de 100 muertos) a pocos pasos de la tumba del general Soleimani y en el aniversario del atentado en el que fue asesinado.

Imagen: OTL: Guerra en Mar Rojo. Se está librando una gran guerra mundial que enfrenta al imperio occidental dirigido por EEUU con los países que desafían su dominio.

La intención de provocar una reacción es descaradamente evidente, y el objetivo es precisamente plantear la cuestión para encubrir el hecho de que Israel está perdiendo.

Un movimiento muy arriesgado, que corre el riesgo de desencadenar un conflicto potencialmente devastador mucho más allá de la esfera regional, y que haría arder el polvo en una zona de interés estratégico mundial, donde, entre otras cosas, los militares rusos y estadounidenses se encuentran a pocos kilómetros el uno del otro (en Siria).

Sin olvidar que, si para EEUU es inimaginable dejar que se destruya Israel, para Rusia (pero también para China) es inaceptable dejar que se destruya Irán; que, no hay que olvidarlo, no sólo es un importante socio militar, sobre todo para Moscú y miembro de los BRICS+, sino también un nudo clave en las rutas comerciales euroasiáticas que Rusia y China están desarrollando.

Desencadenar un conflicto en esa zona, donde se entrecruzan múltiples intereses estratégicos, sería una auténtica locura.

Pero Israel siempre ha demostrado que se desinteresa totalmente del resto del mundo, y sólo considera lo que cree que es su propio interés. Es más, en este momento el Estado judío se encuentra en una coyuntura peculiar, con un gobierno fanático pero frágil, con unas fuerzas armadas que han perdido su aura de invencibilidad en 48 horas y se debaten en dificultades evidentes, y con un país aturdido y asustado que se refugia en el fanatismo religioso y el racismo exagerado como antídoto contra el miedo.

En resumen, nos encontramos en una coyuntura en la que las posibilidades de evitar un desastre de época recaen casi exclusivamente en quienes consideramos bárbaros, autócratas y terroristas, pues de su previsión, de su capacidad para no caer presa de las provocaciones más graves, depende el estallido o no del conflicto más cercano a una guerra mundial.

Afortunadamente para nosotros, Jamenei, Nasralá, Haniyeh, Jibril y los demás han demostrado hasta ahora esta capacidad. Queda por ver hasta dónde llegará Israel, si esto no es suficiente, y hasta dónde sabrán y podrán no prestar su lado al enemigo.

Enrico Tomaselli

Original: Chi vuole allargare la guerra in Medio Oriente (e perché),  Giubbe Rosse News, 4 de enero de 2024

Fuente: Observatorio de trabajador@s en lucha, 8 de enero de 2024

Editado por María Piedad Ossaba